28/11/2010

3 - OS CELTIBEROS




El texto es una versión actualizada del artículo del mismo título publicado en M. Almagro-Gorbea, M. Mariné y J. R. Álvarez Sanchís (eds.), Celtas y Vettones, Diputación Provincial de Ávila, Ávila, 2001, pp. 182-199.
 
La fase final o Celtibérico Tardío (finales del III- siglo I a. C.)
Este período se configura como una etapa de transición y de profundo cambio en el mundo celtibérico. La tendencia hacia formas de vida cada vez más urbanas puede considerarse como el hecho más destacado, tendencia que se debe enmarcar entre el proceso precedente en el mundo tartesio-ibérico y el de la aparición de los oppida en Centroeuropa. En relación con este proceso de urbanización estaría la probable aparición de la escritura, que se documenta ya mediado el siglo II a. C. en las acuñaciones numismáticas, pero la diversidad de alfabetos y su rápida generalización permiten suponer una introducción anterior desde las áreas ibéricas meridionales y orientales. Asimismo, hay que señalar la existencia de leyes escritas en bronce. Muestra de estos profundos cambios son los fenómenos de sinecismo documentados por las fuentes y arqueología, o aun la posible transformación de la ideología funeraria reflejada en los ajuares, que puede explicar el desarrollo de la joyería, tal vez como elemento de estatus que viene a sustituir al armamento como símbolo de estatus. En estos productos artesanales, como en los bronces y cerámicas, se observa un fuerte influjo ibérico, lo que les otorga una indudable personalidad dentro del mundo céltico al que pertenecen estas creaciones, como evidencian sus elementos estilísticos e ideológicos.
 

Cerámica de Numancia
Cerámicas polícromas de Numancia (Soria). (Según Jimeno et al., 2002). (Foto Museo Numantino) 

Estandarte de Numancia
Estandarte o báculo de distinción de la necrópolis de Numancia. (Según Jimeno et al., 2002) 

Fíbula de Numancia
Fíbula de caballito con jinete de la necrópolis de Numancia. (Según Jimeno et al., 2002) 

Fotografía del oppidum de Clunia
Oppidum arévaco de Clunia (Peñalba de Castro, Burgos). (Foto Lorrio) 

A la vez se desarrollará un proceso de ordenación jerárquica del territorio, en el que el carácter urbano de los oppida se define por su significado funcional más que por el arquitectónico, aunque se sepa de la existencia de edificios públicos, desarrollándose una verdadera arquitectura monumental, apareciendo a finales del siglo II a. C. grandes villae de tipo helenístico, como la de La Caridad de Caminreal, muestra de una fuerte aculturación romana. En estos asentamientos se aprecia, igualmente, una ordenación interior según un plan previsto, presentando obras defensivas de gran espectacularidad, como sería el caso del foso de Contrebia Leukade, excavado en la roca en un perímetro de casi 700 m. con una anchura entre 7 y 9 m. y una profundidad de 8 m., con un volumen de piedra extraída de unos 40.000 m3, lo que supone una ingente inversión de trabajo colectivo. Son centros que acuñan moneda con su nombre, de plata en los más importantes, y son la expresión de una organización social más compleja, con senado, magistrados y normas que regulan el derecho público. 

Fotografía de la muralla y oppidum de Contrebia Leukade
Muralla y foso del oppidum de Contrebia Leukade (Inestrillas, La Rioja). (Foto Almagro Gorbea) 

Denario celtibérico
Denario celtibérico de Sekobirikes. (Colección Real Academia de la Historia)
El proceso romanizador resultará evidente desde el 133 a. C. con la destrucción de Numantia, caracterizando la última parte de la Cultura Celtibérica, que culminará en el siglo I d. C., en el que los antiguos oppida celtibéricos de Bilbilis, Vxama, Termes o Numantia se han convertido en ciudades romanas, incluso con rango de municipium.
Las noticias proporcionadas por los autores grecolatinos van a permitir en esta fase final profundizar en la organización sociopolítica de los Celtíberos, evidenciando un panorama más complejo que el obtenido anteriormente, basado tan sólo en la documentación arqueológica. La existencia de grupos parentales de carácter familiar o suprafamiliar, de instituciones sociopolíticas, como senados o asambleas, o de tipo no parental, como el hospitium, la clientela o los grupos de edad, así como entidades étnicas y territoriales que son conocidas por primera vez, se documentan a través de las fuentes literarias o de las evidencias epigráficas. También ofrecen importante información sobre la organización económica de los Celtíberos, haciendo referencia a su carácter eminentemente pastoril, complementada por medio de una agricultura de subsistencia. 

Bronce de Luzaga
Bronce de Luzaga (Guadalajara). (Según Almagro-Gorbea)
Estas mismas fuentes escritas proporcionan información sobre los límites territoriales de la Celtiberia, con mención expresa de las etnias consideradas como celtibéricas, de las ciudades a ellas vinculadas y del territorio que ocuparían. Un aspecto esencial a la hora de abordar la delimitación geográfica de cada una de estas etnias lo constituye la propia ubicación de las ciudades a ellas adscritas, lo que no siempre resulta fácil de determinar, ya por la propia indefinición de las fuentes literarias, cuando no por las contradicciones que éstas presentan al respecto, a veces explicables por probables errores en la atribución de las mismas (véanse los casos de Pallantia o de Intercatia), y en otras ocasiones debido a cambios y posibles «reajustes» de índole político-administrativo (v. gr. los casos de Numantia o del territorio de Segobriga). Pero, quizás, la mayor dificultad derive de la existencia de un elevado número de ciudades -o de cecas- de ubicación desconocida o, al menos, incierta. El panorama se complica, igualmente, cuando existen diversas propuestas de ubicación de una misma ciudad en ámbitos geográficos alejados, como ocurre entre los Arévacos con Segontia, Lutia o Noua Augusta, o una misma ciudad aparece citada -o al menos cabe la posibilidad de que así sea- con nombres diferentes (Althaia/Cartala, Complega/Contrebia, etc.).
Debe tenerse en consideración, asimismo, la propia evolución de las etnias y de sus territorios a lo largo del dilatado proceso de conquista del interior peninsular por Roma. Así ocurre con los Olcades, Belos o Titos, que dejan de aparecer en las fuentes literarias en un momento relativamente temprano, quedando sus territorios asimilados a otras entidades de contenido étnico o geográfico, o, con los Lusones, que cuando reaparecen lo hacen ocupando un territorio diferente del que se les había atribuido con anterioridad. Tampoco se puede tener la completa seguridad de conocer el nombre de todas las etnias que ocuparían el solar celtibérico, pues no se debe olvidar que algunas de ellas sólo son citadas con motivo de episodios puntuales, como sería el caso de los Olcades, al narrar las campañas de Aníbal por tierras de la Meseta, o los Lobetanos, únicamente conocidos por la referencia de Ptolomeo.
Ante tales dificultades, se hace indispensable contrastar todas las evidencias disponibles -literarias, lingüísticas, epigráficas o arqueológicas-, para poder así abordar de forma fiable el estudio de aspectos como el de la configuración de la Celtiberia histórica o la identificación de las etnias consideradas como celtibéricas. Partiendo de ellas se configura la Celtiberia como una entidad cultural que se estructura en cuatro grandes áreas: el Alto Duero, el Alto Tajo-Alto Jalón, la Celtiberia meridional, circunscrita a la provincia de Cuenca en gran medida, y el Valle Medio del Ebro en su margen derecha, territorios todos ellos de desarrollo cultural independiente aunque con evidentes puntos de contacto entre ellos.
En este período, otro hecho clave parece ser la continuidad de la expansión del mundo céltico en la Península Ibérica, al parecer desde un núcleo identificable, en buena medida, con la Celtiberia histórica, lo que puede deducirse de la comparación de la distribución de los elementos célticos atribuidos a los siglos V y IV a. C. y los más generalizados de fecha posterior, a veces incluso potenciados tras la conquista romana. Este proceso, según los indicios arqueológicos e históricos, aún estaba plenamente activo en el siglo II a. C., y se habría extendido hacia el Occidente, como lo prueba la dispersión geográfica de las fíbulas de caballito o de armas tan genuinamente celtibéricas como el puñal biglobular, que alcanzaron las tierras de la Beturia Céltica, coincidiendo con la información proporcionada por las fuentes literarias, como la conocida cita de Plinio (3, 13) o las evidencias lingüísticas y epigráficas.
De modo semejante a lo ocurrido en la Península Itálica, el fenómeno de expansión celtibérica se enfrentó a la tendencia expansiva paralela del mundo urbano mediterráneo. Los púnicos, a partir del último tercio del siglo III a. C., y, posteriormente, el mundo romano, dieron inicio a una serie de enfrentamientos, que culminarían con las Guerras Celtibéricas, que constituyen uno de los principales episodios del choque, absorción y destrucción de la Céltica por Roma, heredera de las altas culturas mediterráneas.
No podemos finalizar sin remarcar la personalidad de la Cultura Celtibérica en el cuadro general del mundo céltico, en gran medida debido a la importante influencia que la Cultura Ibérica ejerció sobre ella, unido a su situación periférica en el extremo suroriental de Europa, alejada de las corrientes culturales que afectaron de una forma determinante a los Celtas continentales, identificados arqueológicamente con las culturas de Hallstatt y de La Tène. 


Alberto J. Lorrio
Universidad de Alicante

 NR: Este texto em castelhano contém a melhor explicação histórico-científica sobre estes nossos antepassados, não encontrámos nada semelhante em língua portuguesa.

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