El texto es una versión actualizada del artículo del mismo título publicado en M. Almagro-Gorbea, M. Mariné y J. R. Álvarez Sanchís (eds.), Celtas y Vettones, Diputación Provincial de Ávila, Ávila, 2001, pp. 182-199.
La fase inicial o Celtibérico Antiguo (ca. mediados del siglo VI-mediados del V a. C.)
En torno al siglo VI a. C. se documentan en las altas tierras de la Meseta oriental y el Sistema Ibérico una serie de importantes novedades que afectan a los patrones de asentamiento, al ritual funerario y a la tecnología, con la adopción de la metalurgia del hierro. Como novedades surgen ahora un buen número de poblados de nueva planta y los primeros asentamientos que se pueden calificar de estables en este territorio. Los poblados, generalmente de tipo castreño red, pueden estar protegidos por murallas, aunque también se documenten otros carentes de defensas salvo la que supone el propio emplazamiento. Corresponden también a este momento, los más antiguos cementerios de incineración de la Meseta oriental, en uso, a veces, de forma continuada desde el siglo VI hasta el II a. C., o incluso después. Ofrecen, en ocasiones, una ordenación interna característica, con sepulturas alineadas, generalmente con estelas, formando calles. A través de los ajuares funerarios se plantea la existencia de una sociedad guerrera, con indicios de jerarquización social, en la que el armamento es un signo exterior de prestigio, destacando las largas puntas de lanza y la ausencia de espadas o puñales.
Vista del castro de Riosalido (Guadalajara). (Foto Lorrio)
Tumbas con estela alineadas de la necrópolis de Centenares (Luzaga, Guadalajara). (Foto Museo Cerralbo)
Como ha señalado Almagro-Gorbea, la aparición de las élites celtibéricas podría deberse a la evolución de los grupos dominantes de la Cultura de Cogotas I, aunque sin excluir los aportes demográficos externos, cuya incidencia real en este proceso resulta en cualquier caso difícil de valorar. Así, la llegada y el desarrollo de una organización de tipo gentilicio en la Meseta, entendida como una organización familiar aristocrática basada en la transmisión hereditaria, que se refleja en una onomástica específica, contribuyó a reforzar la jerarquización latente en la estructura socioeconómica existente desde Cogotas I.
La nueva organización socioeconómica impulsaría el crecimiento demográfico y llevaría a una creciente concentración de riqueza y poder por parte de quienes controlan las zonas de pastos, las salinas -abundantes en toda la zona y esenciales para la ganadería y la conservación de alimentos- y la producción de hierro, favorecida por la proximidad de los importantes afloramientos del Sistema Ibérico, que permitió desarrollar con prontitud en estas regiones un eficaz armamento, lo que explicaría la aparición de una organización social de tipo guerrero progresivamente jerarquizada, uno de los elementos fundamentales para entender el desarrollo de la Cultura Celtibérica y en cuyo proceso de etnogénesis debió jugar un papel esencial como factor de cohesión.
Este proceso se potenciaría indirectamente por el influjo del comercio colonial -cuyo impacto real en estas fechas en el territorio celtibérico no debió ser muy importante- que, dirigido hacia las élites sociales y controlado por ellas, tendería a reforzar el sistema social gentilicio.
Sobre los lugares de hábitat, pocos son los datos con que se cuenta para las fases iniciales. De forma general, puede señalarse la ausencia de jerarquización interna y la orientación preferentemente agro-pecuaria de la sociedad celtibérica, aunque los datos sean demasiado parciales pues la falta de excavaciones en extensión dificulta la posibilidad de obtener mayor información sobre el particular, impidiendo asimismo la contrastación con los datos proporcionados por las necrópolis, que coinciden en destacar el papel de las élites de tipo guerrero dentro de la sociedad celtibérica.
Del análisis de la cultura material de las necrópolis y poblados de la fase inicial de la Cultura Celtibérica se desprende la existencia de aportaciones de diversa procedencia y tradiciones culturales variadas. En cuanto a los objetos hallados en los ajuares funerarios, se plantea un origen meridional para algunos de ellos, como las fíbulas de doble resorte de puente filiforme y de cinta, los broches de cinturón de escotaduras y de uno a tres garfios, o los primeros objetos realizados en hierro, que incluyen las largas puntas de lanza y los cuchillos curvos, perfectamente documentados desde los siglos VII-VI a. C. en ambientes orientalizantes del mediodía de la Península. Otra posibilidad, en absoluto excluyente, es plantear la llegada de algunos de estos elementos desde las áreas próximas al mundo colonial del noreste peninsular a través del Valle del Ebro, junto al propio ritual, la incineración, y a las urnas que formarían parte de él, como lo confirmarían sus perfiles, que cabe vincular con los Campos de Urnas, al igual que ocurre con las cerámicas procedentes de los lugares de habitación, de evidente semejanza con las documentadas en yacimientos de Campos de Urnas del Hierro. Diferente podía ser el caso de algunas de las cerámicas pintadas, de posible origen meridional.
Para los encachados tumulares de las necrópolis de Molina de Aragón y Sigüenza, muy mal documentados, no habiéndose podido estudiar su estructura constructiva, se ha señalado su procedencia del Bajo Aragón. En cuanto a las calles de estelas se trata de un rasgo local, que no aparece en el ámbito de los Campos de Urnas.
Por su parte, el tipo de poblado con casas rectangulares adosadas con muros cerrados hacia el exterior a modo de muralla, que es característico del mundo celtibérico desde esta fase inicial, aunque no exclusivo de él, está bien documentado en los poblados de Campos de Urnas del Noreste.
El hallazgo de chevaux de frise en el poblado leridano de Els Vilars (Arbeca), en el noreste peninsular, asociándose a una muralla y a torreones rectangulares, ha venido a replantear el origen de este sistema defensivo característico de los castros del reborde montañoso oriental, meridional y occidental de la Meseta consistente en franjas anchas de piedras clavadas en el terreno natural. El conjunto se inscribe en un ambiente de Campos de Urnas del Hierro, fechándose en la segunda mitad del siglo VII a. C. Esta datación, más elevada que las normalmente admitidas para el ámbito celtibérico, así como su localización geográfica en el Bajo Segre, vendría a confirmar su filiación centroeuropea con las estacadas de madera del Hallstatt C.
La documentación existente, pues, parece indicar que la eclosión del mundo celtibérico se produjo en un ámbito geográfico mucho menor que el de la Celtiberia histórica, configurando lo que puede considerarse como el territorio nuclear de la misma, que se localiza en las tierras altas del oriente de la Meseta y el Sistema Ibérico, en torno a los cursos altos del Tajo, del Jalón y del Duero, excluyéndose otras áreas cuya pertenencia a la Celtiberia en época histórica está sobradamente contrastada, como sería buena parte de la margen derecha del Ebro Medio o, posiblemente, los cursos superiores del Cigüela y el Záncara, subsidiarios del Guadiana, en la zona centro-occidental de la provincia de Cuenca.
La fase de desarrollo o Celtibérico Pleno
(ca. mediados del siglo V- finales del III a. C.)
(ca. mediados del siglo V- finales del III a. C.)
Un nuevo período se desarrolla a partir del siglo V a. C., durante el cual se ponen de manifiesto variaciones regionales que permiten definir grupos culturales vinculables, a veces, con los populi conocidos por las fuentes literarias. El estudio de los cementerios y, especialmente, de los objetos metálicos depositados en las tumbas, principalmente las armas, ha proporcionado un buen conocimiento de los mismos y de su evolución, aunque la periodización propuesta no es fácil de correlacionar con la información procedente de los poblados, en muchos casos únicamente conocidos a través de materiales recogidos en superficie.
Cuadro evolutivo de los ajuares funerarios celtibéricos. (Según Lorrio, 1997)
La creciente diferenciación social se manifiesta en las necrópolis, con la aparición de tumbas aristocráticas cuyos ajuares están integrados por un buen número de objetos, algunos de los cuales pueden ser considerados excepcionales, como es el caso de las armas broncíneas de parada o las cerámicas a torno. Este importante desarrollo aparece inicialmente circunscrito al Alto Henares-Alto Tajuña, afluentes del Tajo, así como a las tierras meridionales de la provincia de Soria correspondientes al Alto Duero y al Alto Jalón, como resultado de la riqueza ganadera de la zona, el control de las salinas, la producción de hierro, o debido a su privilegiada situación geográfica, al tratarse del paso natural entre el Valle de Ebro y la Meseta. El mayor número de necrópolis en la zona puede asociarse con el aumento en la densidad de población, que conllevaría una ocupación más sistemática del territorio.
En este período la espada se incorpora a los ajuares de las tumbas de guerrero. Se trata de modelos de antenas y de frontón, que se documentan conjuntamente en el mediodía peninsular desde inicios del siglo V a. C. También se hallan puntas de lanza, que en ocasiones alcanzan los 40 cm. de longitud, usualmente acompañadas de sus regatones, soliferrea y, posiblemente, pila. El escudo, con umbos de bronce o hierro, el cuchillo de dorso curvo, y, en ciertos casos, el disco-coraza y el casco, ambos realizados en bronce, completan la panoplia. Es frecuente encontrar, junto a ellos, arreos de caballo, un signo más de la categoría del personaje al que acompañan. Un buen ejemplo de ello lo constituye las necrópolis de Aguilar de Anguita (Guadalajara) y Alpanseque (Soria), en las que está presente la ordenación característica del espacio funerario en calles paralelas. Los ajuares de estos cementerios, adscritos a los momentos iniciales del Celtibérico Pleno, muestran una sociedad fuertemente jerarquizada, en las que las tumbas de mayor riqueza se vincularían con grupos aristocráticos.
Tumba aristocrática de la necrópolis de Carratiermes (Montejo de Tiermes, Soria). (Foto Argente)
En cuanto a la representatividad de los diferentes sectores sociales en los cementerios del Celtibérico Pleno, se sabe que tan sólo un pequeño número de tumbas de Aguilar de Anguita poseía ajuares «ricos», lo que supone menos del 1% del total según los datos proporcionados por su excavador, el Marqués de Cerralbo, entre los que, con bastante verosimilitud, se incluirían todos o por lo menos una parte importante de las tumbas conocidas. Los conjuntos funerarios provistos de espada o puñal, que se relacionarían con los individuos de más alto estatus de la comunidad, como lo confirma asimismo su asociación con arreos de caballo, debieron constituir igualmente una parte muy pequeña del total de enterramientos con armas que, en su mayoría, corresponderían a guerreros provistos de una o varias puntas de lanza o jabalina, aunque la práctica ausencia de noticias sobre la composición de los ajuares de «riqueza intermedia» no permita determinar hasta qué punto las tumbas que presentan lanzas y jabalinas como principales armas ofensivas formarían el conjunto más importante, según queda evidenciado en otros cementerios mucho mejor conocidos. Sin embargo, el uso no ya de la panoplia comentada, con la presencia de elementos broncíneos de prestigio como las corazas o los cascos, sino del armamento en general, estaría restringido a un sector de la población. No obstante, la atracción que el armamento ejerció en quienes inicialmente procedieron al estudio de las necrópolis celtibéricas ha condicionado el conocimiento que se tiene de las tumbas sin armas, aunque se sabe de algunas notables excepciones con una importante acumulación de objetos presentes en las mismas, lo que supone un indicio de que se trataría de personajes relevantes, cuyos ajuares estarían formados, entre otros elementos, por fíbulas, broches de cinturón, collares y pectorales
Diversas influencias se ponen de manifiesto en cuanto a la procedencia de los diferentes tipos de objetos hallados en las sepulturas: norpirenaicas, a través del Valle del Ebro, y con las tierras del mediodía y el Levante peninsular, de inspiración mediterránea. Las armas, como elemento más significativo de los que constituyen el ajuar, ofrecen un buen ejemplo de lo dicho.
De esta forma, los diversos modelos de espadas de antenas responden a una doble influencia: del Languedoc, seguramente a través de Cataluña, como parece ser el caso del tipo Aguilar de Anguita, y de Aquitania, como lo confirmarían los escasos ejemplares de tipo aquitano, seguramente piezas importadas, y las espadas de tipo Echauri. Hay que señalar que algunos de los principales tipos de espadas de antenas de esta fase serían de producción local, lo que da idea del importante desarrollo metalúrgico que alcanzó la Meseta oriental desde época temprana. Otro tipo, como son las espadas de frontón, a las que cabe atribuir un origen mediterráneo, se documenta en el mediodía peninsular desde los inicios del siglo V a. C.
Un carácter foráneo cabe plantear, igualmente, para los elementos broncíneos de parada, es decir, los cascos, corazas y grandes umbos, y pensar, por la coincidencia en la temática y en la técnica decorativa, en un origen común, no debiendo descartar su realización en talleres locales. Los discos-coraza constituyen un buen ejemplo de lo dicho, dada su distribución geográfica centrada en el sureste peninsular; están inspirados en piezas itálicas y tienen una cronología del siglo V a. C.
Paralelos muy diversos en el tiempo y el espacio, evidenciando diferentes orígenes y vías de llegada, ofrecen el resto de los materiales, como es el caso de los distintos modelos de fíbulas, los broches de cinturón, los adornos de espirales o los pectorales de placas de bronce, aunque, como lo prueba la dispersión de los hallazgos, en muchos casos se trate de producciones locales. Por último, resulta evidente la procedencia del área ibérica de las primeras piezas fabricadas a torno, llegadas a la Meseta oriental ya en la fase precedente.
Desde finales del siglo V se observa un desplazamiento progresivo de los centros de riqueza hacia las tierras del Alto Duero que puede relacionarse con la eclosión de uno de los principales populi celtibéricos, los Arévacos, lo que queda probado por la elevada proporción de sepulturas con armas en los cementerios adscribibles a este período localizados en la margen derecha del Alto Duero, entre las que destacan La Mercadera (44%) y Ucero (34,7%), y cuyo carácter preferentemente militar es señalado también con respecto a los peor conocidos de La Revilla, Osma o La Requijada de Gormaz. Todo ello viene a coincidir con el empobrecimiento de los ajuares, incluso con la práctica desaparición de las armas, en otras zonas de la Celtiberia, fenómeno que se pone de relieve desde finales del siglo IV a. C. en las necrópolis situadas en la cuenca alta del Tajuña, al norte de la provincia de Guadalajara, como Riba de Saelices, Aguilar de Anguita, en su fase más reciente, carentes todas ellas de armamento, o Luzaga. Lo mismo es observado en La Yunta, en el curso alto del río Piedra, que, al igual que Luzaga, proporcionó algún elemento armamentístico, y en Molina de Aragón, en la cuenca del Gallo, en la que, junto a materiales de cronología antigua, se documentaron otros relativamente modernos aparecidos fuera de contexto, no hallándose entre ellos resto alguno de armamento. La cronología de estas necrópolis oscila entre finales del siglo IV y el II a. C., o aun después.
Las armas de tipo ibérico no son habituales en el Alto Duero, quedando reducidas a alguna falcata o a las manillas de escudo del modelo de aletas. Las relaciones con las tierras del Duero Medio y el Alto Ebro gozaron de una mayor importancia, lo que queda constatado por la presencia en la zona celtibérica de ciertos objetos de gran personalidad, como los puñales y algún umbo de escudo de tipo Monte Bernorio, los tahalíes metálicos, o los broches de tipo Miraveche y Bureba. Por su parte, desde mediados del siglo IV a. C.a. C.. aparecen en los cementerios del Alto Henares-Alto Jalón las espadas de tipo La Tène, que alcanzarán su máximo desarrollo en la centuria siguiente, habiéndose documentado auténticas piezas de procedencia norpirenaica, como lo prueba el hallazgo de ciertas vainas de espada. En consideración a las características plenamente indígenas de las panoplias en las que se integran estas armas, puede interpretarse su llegada de la mano de mercenarios celtibéricos o tratarse de piezas exóticas obtenidas por intercambios de prestigio. Destaca, igualmente, la aparición de los puñales biglobulares, arma típicamente celtibérica, caracterizada por su empuñadura con remate discoidal y por el engrosamiento localizado en su zona central. Se trata de un tipo de arma, de origen celtibérico, cuya presencia resulta frecuente en buena parte de la Hispania céltica desde desde el siglo III hasta el I
Puñales biglobulares de la necrópolis de Carratiermes (Montejo de Tiermes, Soria). (Foto Museo Numantino)
Por lo que se refiere a los poblados, se generaliza a partir de la Segunda Edad del Hierro el esquema urbanístico de calle o de plaza central, incorporándose nuevos sistemas defensivos consistentes en murallas acodadas y torreones rectangulares, que convivirán con los característicos campos de piedras hincadas, ya documentados desde el Primer Hierro en los castros de la serranía de Soria.
Durante este período se produce lo que cabría interpretar como «celtiberización» de determinadas zonas adyacentes a los territorios nucleares del Alto Tajo-Alto Jalón-Alto Duero, que, al final de la fase plena, presentarán características uniformes con el resto del territorio celtibérico. Así ocurre con el sector septentrional de la actual provincia de Soria, área montañosa perteneciente al Sistema Ibérico, donde se individualiza la llamada «cultura castreña soriana», que constituye uno de los grupos castreños peninsulares de mayor personalidad, perfectamente caracterizado desde el punto de vista geográfico-cultural y cronológico. Se fechan entre los siglos VI-V a. C., siendo abandonados en su mayoría hacia mediados del siglo IV a. C., aunque en algunos casos pudieran haber sido ocupados posteriormente de forma ocasional. Hay, no obstante, suficientes evidencias de una ocupación estable de algunos de ellos durante el Celtibérico Pleno, no quedando claras las condiciones de esta transición. Podría hablarse de celtiberización del territorio serrano al correlacionar el fenómeno de abandono y posibles transiciones violentas de los asentamientos castreños de la Serranía con el desarrollo que muestran a lo largo del período las necrópolis y poblados de la zona central de la cuenca alta del Duero, celtiberización que no llega a completarse, como lo prueba el hecho de que el territorio se mantuviera al margen de las manifestaciones funerarias propias del ámbito arévaco. De modo similar, da la sensación de asistir a un proceso de celtiberización de la margen derecha del Valle Medio del Ebro a partir de finales del siglo IV-inicios del III a. C., o incluso después, toda vez que este territorio, durante los estadios iniciales de la Cultura Celtibérica, aparece vinculado al mundo del Hierro de tradición de Campos de Urnas del Ebro.
Alberto J. Lorrio
Universidad de Alicante
NR: Este texto em castelhano contém a melhor explicação histórico-científica sobre estes nossos antepassados, não encontrámos nada semelhante em língua portuguesa.
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